La invención de la fiesta más veloz del mundo

Las fiestas, para el borracho, se inventan en el desayuno de la mañana siguiente. Así sucedió esta vez, en el café de siempre.

A mis tres amigos les dieron carta y yo no tenía tanta gracia como ellos. Me había levantado más de una vez en la madrugada para conseguir agua, hasta que a las seis por fin me dirigí a comprar una botella a la tienda más cercana. Entonces, en lo que trataba de averiguar mis acciones, Mariela, la mesera, me dijo:

- Pero si usted es el cliente frecuente y no le tocó.

La historia de mi vida. Ella y Rosalía, gerenta de piso del lugar, aún me conocen. Otros no les parece mi visita diaria por café, también está el que no sabe quién soy porque acaba de entrar a trabajar. Pero en fin, me entregó la carta y con ella, mis amigos continuaron las historias de la noche anterior.

Me había empeñado en tomarme incluso una botella entera de tinto antes de la llegada de mis invitados. No sorprendía que preguntara, una y otra vez: "¿Hice algo de lo que debiera sentirme avergonzado?" Ellos se reían. Como era de esperarse, me fui a dormir muy temprano. Como ya no la vería, desde que llegó a mi casa lloré mucho. Entonces ella se fue (además de que su amiga sufría un acoso intenso por parte de mi amigo). Hablamos por la noche y decidimos dejar el amor para el día siguiente. ¡Vaya si lo disfrutamos!

Pasaron muchas cosas en el intermedio. Por supuesto que aquí no las contaré, no tengo la paciencia ni el interés, simplemente, recapitulo que la invención de la fiesta más veloz del mundo se dio a la mañana siguiente, después de concluida la borrachera, en el café de siempre.