"Despierta, Limena. Abre tus ojos al cielo".
Fue entonces cuando lo vi detrás de las nubes, partiendo como cada mañana. Extremé mi cuerpo sobre el océano, rocé mi vientre con mis dedos, esperando éste se llene, algún día, con sueños de vida; soñé cosecharlo con su semilla, mudarnos con todo e hijos a una casita colgante sobre la arena, cerca de este muelle. Pensé en sus manos, en cómo recorrían mi cuerpo antes de que partiera a las alturas, en cómo se enterraban entre mis piernas, ahora seducidas por el agua.
Floto de medio día y prolongaré mis pretensiones hasta entrada otra vez la noche. Cerraré los ojos con su llegada, mis manos ya no estarán sobre mi vientre: una la ubicaré inconscientemente en su espalda, ordenando a su pecho estrellarse contra mis senos; la otra culminará el tallo de mi brazo, estirado sobre la superficie, con mis dedos contraídos sobre la sábana de sal al sentirlo moverse dentro mío.
Sacudiré mi cabeza, abriré mis ojos, apretaré mis piernas alrededor de su cadera. Diré su nombre tres veces, produciré los gemidos que sólo él identifica, morderé su oreja justo antes de terminar. Después nos abrazaremos mirándonos a los ojos sobre este mar, y ahí lo ataré como mi barco a mi regazo y le prohibiré zarpar de nuevo y lo escucharé cantarme y. . . moriremos, sí, moriremos esta noche tal vez, pero con una sonrisa en los labios y los cuerpos atados con piernas y brazos. Moriremos, pero sucederá tan sólo por habernos amado.
"Duerme, Limena; todo ha terminado."

