Un par de harapos,
Eurípides,
dóname un par de harapos
–hoy bajo el disfraz
de lentes de pasta
y entonces
–sólo bajo aquella comezón–
podré llamarme poeta,
podré mirar al mundo
con los ojos
vacíos
de tanta goma en el copete;
es más,
hasta me nombraré
heredero de una fiera
rampante como el león
huérfano animado
por aquella famosa productora
del castillo,
sólo como él, segundos antes de
reconocerse felino,
cuando ni siquiera
a pulga en pelo de gato
llegara.
¡Ay!, Eurípides,
date dos minutos
pues mi escrutinio
anda falto de filo;
date tiempo y dóname
ropas rasgadas, trapos
de sirviente que me sienten
tan mal que pueda levantar
la frente sobre los ojos de los otros,
fruncir el ceño y
mentir que mato conla lengua
como una
de esas ranas de la selva.

