Tarde lluviosa

Miré cómo la ciudad se escapaba de mis manos, escurría entre mis dedos hasta mezclarse con la lluvia y perder por completo su identidad, el mapa a partir del cual logramos recorrerla de esquina a esquina, pasando por callejones donde los miedos vagabundos trataban de dormir,

pero no podían; por avenidas viendo rolar a la fortuna con blindaje de carroza,

puritito rechinar oro mudo;

parques en los cuales de tanto celo no crecían sino flores ya marchitas desde viento. Todos los palacios que alguna vez visitamos también se han desvanecido, ya no hay vías, ni turistas ni cortos ni largos metrajes, ya no hay nada, siquiera ruinas.

¿Y ahora?

Ahora sólo nos queda la memoria arquitecta, la esperanza de un diseño que calme nuestra sed de pretérito. Tal vez llegue el día, tal vez, en el cual tengamos otra cartografía a partir de la cual descubrir la desnudez sobre el terreno del ya expuesto. Por lo pronto nos queda nada sino nadar, y no pedir más que ésta humedad sobre la piel, untada a la caída de las horas.