El piano dilata aguardando tu arribo;
su piel tersa como una noche inagotable
y su boca bien abierta.
Llegas vestida de venas
y lo atacas, lo golpeas al
punto que tu pulso quiere huir por tu cuello.
Delante el desenlace,
y cuando el silencio remembra
la memoria de tu concierto,
me miro desparramado sobre el mármol del palacio.