Aquella vez

Sí, lo recuerdo bien. Jugábamos a protagonizar tragedias. El inmenso ojo naciente al estrellar nuestras frentes, dilatando su pupila tras el descenso del telón, retando su compleja y reacia fisionomía, presenciaba la explosión bajo el estruendo húmedo de nuestros sueños.

Labios polífemos, plétora de lenguas en guerras de viento cual barrido nocturno sobre nostalgias de platino. Un millón de gotas de saliva utilizaban nuestros belfos como puentes, y entre cada cristal, filtrábamos la ilusión de aquella muerte instantánea; fue nuestra conquista última, falaz, sobre el tiempo y sus manecillas, sobre el cristal infinito y sus granos de arena.

Robamos el nombre del mito, mutamos eternos con tan sólo la idea de un beso.

¡Cómo olvidar aquella lúdica tragedia! ¡Cómo olvidar su drama y su comedia! El capítulo 7 de Rayuela fue tan sólo un pretexto, o mejor dicho, un intertexto. Bien lo has recordado, la piel erizó mucho antes, y continúa puercoespín royendo sobre el epitelio de nuestros deseos.

Al recordarlo, cierro la puerta a la melancolía.

Lo hago pues de mañana me recibes con todos los mensajes esperados durante mis aventuras oníricas que, como suele suceder últimamente, no recuerdo muy bien, pero cuyo sabor no escapa mi risco alveolar al pasear mi lengua sobre sus peñascos.

Lo hago porque te beso en este instante, humedezco tus párpados guardianes del concierto ciego arco iris sucediendo tras ellos.

Lo hago al raptar tu aliento, pues no permitiré a intruso alguno perpetrar fechorías contra tu hermoso cuerpo.

Sí, lo recuerdo bien, jugábamos a protagonizar tragedias. A la fecha, encantados, continuamos escribiéndolas.

Duerme, bella, duerme . . . la tinta corre por sí sola.

También yo, te sigo amando.