De hambre

Mi intromisión me costará la vida, y sobre los umbrales del paisaje, ella sonríe tiernamente con la mano derecha en el seno opuesto. Ciervo bajo sanción, espectáculo para sus ojos, caen las mordidas sobre mi carne, come de mí mi propia fortuna. Los perros saborean su festín–¿quién no gozaría zampar las pieles del propietario? Acariciándose apenas, suficiente para enervar los pastizales, deseosa me mira entre sus malabirsmos con mis últimos respiros.

Al borde de la muerte, me abalanzo sobre ella. Tomándola por la parte baja de la espalda, enfrentándola de vientre, le ruego me absuelva, me absorba y cubra con su velo, me proteja de las dentelladas, revierta el hechizo impuesto sobre mi destino. No me hace caso. Le devuelvo la sonrisa y me tumbo sobre la mesa.