del ave vigilante
revuelven el aire
alrededor de mi rostro.
Con el solaz más sincero
y desarraigadas las torres
procurando el paisaje,
sello los párpados
con pestañas céreas.
Tras el velo, eléctricos
testimonios de vida vagan
multicolores, caprichosos,
mientras mis extremidades
simulan su tocante secuestro.
La veo a ella conmigo,
musitándome un respiro,
y por tanto, reparo:
abandonado, ¡jamás!
El alado aletea
vehemente,
desenraizando mis plantas
del tacto de la tierra –
y volamos juntos,
todos siempre.

