Batalla

A ella le encanta estar al mando.

Enreda y hiere su pureza
en alambrados de orgullo
ganado a pulso y pulmón,
mucha corrida encarnada,
desvelo
y embestidas contra quien fuera un fantasma
antes de que su padre muriera en los campos rufos
hace más de medio siglo.

Me mira sin hacerlo,
levanta caricias codiciosas
como ejércitos, mientras avara de simpatía,
deseosa de deseo,
con voz de estratega
susurra que me ama
contra el viento contra la ventana desajustada
testigo de mis desencantos con la ley,
y dice soy su infante consentido.