Me seco la sal con tiempo entre la arena. Te escucho tan de mar que me lanzo entre tus aguas. Ésta vez lucho contra la corriente hasta agotar mi energía. Cuando mis extremidades dejan de responder adecuadamente, me mantengo a flote por un par de segundos. Serán poco menos de los treinta cuerpos los que me separan de la orilla. La isla es tan pequeña que la miro extenderse de polo a polo, la cubro con mi palma: el paisaje es todo mar y cuerpo.
Me sumerjo. Suelto el control sobre mi cuerpo excepto por mis ojos, que están cerrados – "De abrirlos ardería", me engaño entre burbujas.
Al fin abiertos inauguran formas, como tu columna, que sirven de refugio. Arrecifes subabdominales . . . ¿me creerías si te digo que uno puede respirar ahí debajo? ¿Percibir el aroma de un coral al fondo del océano?

