Oler, escuchar la lluvia al borde de la ventana.
La cena ha aligerado el cuerpo. Un te
con tabaco en labio.
La caída del agua resuena tierra.
Los faroles son antorchas
de llamas pétreas; su danza
atada a un cable.
Aún imagino el fuego,
el humo pintando las fachadas,
las voces disparadas entre huecos, engranes
y chimeneas; quien mueve las nubes
se las lleva hasta las faldas del fiordo,
para después esparcirlas
en un mar sin referentes.
Serán olas. Y caerán de nuevo
en ruido, para verlas líquidas,
escurrir por cabellos o edificios, banquetas
hasta desaparecer en alcantarillas.
Al océano van las voces
al oler la lluvia desde la ventana.

