Belua rex

La bestia se acercó a la mesa.

No quería nuestra carne, no, sabe bien nos alimentamos de deshechos envueltos en lindos empaques de plástico. Sólo quería compartir su tiempo. Buscaba un par de caricias detrás de la oreja.

Deseaba sentirse amada. Pero nosotros, en nuestras armaduras de poliester, temíamos ensuciarnos.

Al principio se entristeció, emitió un par de gemidos.

Nada.

Reforzamos las murallas, alzamos nuestros escudos – ceños encogidos en desprecio, miradas de arrogancia como muestra de nuestra supuesta superioridad.

De la ofensa pasó a la furia. Zampó nuestras ropas, destrozó nuestras defensas. Nos dejó ciegos, sordos, cojos. Insensibles sin reparo.

Ahora deambulamos entre resquicios de sociedad, en harapos, rogando a los nuevos reyes (las bestias, claro) por unas cuantas gotas, migajas, que nos ayuden a prolongar esta miseria.