St. Andrews

El viento sigue el curso del vulgo.
La nave sellada por la bóveda celeste,
majestuosas nervaduras la atraviesan caprichosas;
son nubes, son gaviotas.

El corredor del este
conectando con el cementerio por margaritas
silvestres como todas las voces
que algún día rogaran sus plegarias.

El púlpito también un espacio vacío.
Las rocas que el conquistador tumbara
el pueblo las recogería del sitio santo
para después construir sus casas.

La catedral comienza en estas ruinas,
pero está esparcida a lo largo del poblado.
La cristiandad, su fantasma,
dispersa entre callejones y entradas de mar.