“Cuando haya desaparecido el último iletrado, podemos guardar luto por el hombre” (Cioran, 34).
Era el último iletrado del mundo. El único afortunado. Llegó el gobierno todo poderoso a su morada, la tornó roja y lo secuestró. Ahora, por culpa de un gobierno extranjero, todos habremos de montar un funeral a nuestra honra.

