Quería aparecerme Orestes, pero no he escuchado a ningún oráculo o presagio délfico (ni en sueños ni entre ellos. . . ). Tampoco he de vengar la muerte de mi padre, ya no me importa siquiera.
Me levanto con ganas de asumir mi destino, desgraciadamente el marcador se ha quedado sin tinta y no puedo trazar las líneas sobre la tela del tiempo, tampoco citar a Bergson en el intermedio. Espero, tan sólo, que no tarden mucho los hombres y las mujeres de la televisión.
Ayer me habló la reportera y me han dicho que vendrían a mi casa. Me arrebatarán ellos mis ideas como yo se las arrebato a todo el mundo, pero seré quien soy siempre, sin salir de Orestes. En general, no me gusta salir en lo absoluto en la pantalla: menos como yo mismo y con la máscara requerida por la cadena interesada.

