Son de Noche y nadie baila. Quizá, entre distracciones, las notas huyen. Discurro por la alameda y cruzo la calle y abordo la acera. Entonces, transmito la orden y el artefacto responde: canta a mis oídos y cantará toda la subida.
Abordada la acera, discurro sobre ella como lo hiciera sobre la alameda. De pronto, recuerdo su rostro y su canto al recostarse sobre mi pecho y cruzar su pierna sobre mi vientre.
Sin embargo a otros, ni embargado a mí mismo. En todo caso, una orquesta retoca en E(co) Menor lo originalmente escrito.
El amor ya hecho y olfateo otra vez su surco y veo cómo reincido. De inmediato deviene a la lejanía, dentro de aquella recámara, la Historia.
La imagino como una mecha y cómo ésta derrite la cera, o como lápiz y goma y cómo frota el polímero sobre los restos del grafito -o, en otro Orden más, un simple “Control + Z”.
Siempre habrá un registro: hoy resuena un Son de Noche y nadie baila.
Lo hago solo durante toda la caminata. Ante mis pasos, mi artefacto conserva las baterías y reproduce a mi oído aquel Nocturno del trabajo a casa. No es Chopin, por desgracia.
Sobre acera una grieta y otra más y otra más encima y se cruzan y . . . (normal en esta Ciudad) . . . Y yo, lejos también de ser Chopin, voy brincando entre tajos de calle y rutina. Asciendo cuadra tras cuadra por la pendiente hasta llegar a la autopista.
En la carretera y sin carreta mi aliento regresa y lo hace también mi pensamiento (regresar sin máquina externa al pasear).
Miro delante tras recordar y recobrarme del suspiro. Ahora todo parece despejado. Ando a contraflujo, las luces de los automóviles no molestan, tampoco el estruendo de los camiones. Inclusive no inquietan las punzadas en mis piernas o el dolor de cabeza o mis rótulas que engañan ya vejez.
Camino.
Pesa, sin avisar, el brillo del recuerdo, la viveza imaginada en el documento y, también, oprime el voltaje impreso por la memoria. Igual la veladora de la Historia. Estas palabras. Y mi párpado que involuntariamente tiembla y danza ante la rebeldía de mis nervios o su canto fluyendo a través de ellos, los nervios. . . Todo aquello pesa.
Y también lo hace mi cuerpo cuando la última grieta , antes de doblar en la esquina de casa, me hace tropezar sobre la acera interrumpiendo el compás del Son de la noche y del Nocturno de mi caminata. También el canto de la mujer amada y el andar, sobre todo, de aquella que derrite la cera hasta agotada su mecha. Sin ser sin cera, la vela. Y yo sin ella. No me queda sino soltar una carcajada.

