Hoy hablamos de diferencia hasta el cansancio. Por un lado, todos buscamos el epíteto de "hijos de la diferencia", por otro, lo somos sin darnos cuenta; adicionalmente, cuando deseamos concomitancias imposibles, escuchamos la pretensión de escisión por quien antes fuera nuestro compañero. Como si con ello fuera a alcanzar su emancipación. Entonces, sentimos cómo escurren inútilmente los minutos al construir puentes de aliento. Si bien la norma incide sobre la testa de éste necio y los ajenos, no logro asir tal sueño, conseguir un pase para consagrarme como unidad del universal al cual quiero pertenecer –porque, si falta decirlo, por más idóneo que le parezca a muchos, mi deseo de libertad no consiste en destruir mis vínculos. . .
. . . Pero la mar, la mar . . .
Thalatta! Thalatta! Gris, verde, negro. No me encuentro contento, pero bailo con el viento, me embriago con el tiempo. Por lo tanto, sin desearlo, me distinguen revolcado entre olas de una costa helada del Mar del Norte. La familiaridad perdida, quizá los culpables sean los programas de televisión. Ellos asumen el nombre "del dios muerto que agita la tierra". Pues adelante, yo tengo mis dos patas, mi pluma y una montaña por escalar. De alguna u otra forma, del oleaje lograré escapar.

