Descorre un título
como río bajo mi vista.
El puente,
piedra negra en concierto,
sostiene al monstruo que lleva,
agitado,
a la juventud directo a su entierro.
Todos braman en tono de marcha triunfal.
La emoción impera,
su corona de perlas
como el rocío
sobre un filo óxido de sangre,
aguarda a las figuras
protagonistas de su sacrilegio.
–¡Dancen, hijos míos! –canta la mujer del pino– ¡El día ha llegado!

