Cine, viernes

Pasé la mañana conversando sobre posibles creaciones con los restos de una noche escarlata. Hablé un poco sobre la historia de un hombre que pierde a su mujer en un barco, ella sobre la batalla lingüística de un forastero enamorado. Irá a trabajar pronto, a cobrar por baile y palabras, mientras yo, falto de violencia, veré una película sobre la mafia italiana.

Visito el teatro al oeste de la ciudad, a unas cuadras de mi antiguo hogar, en contraesquina al King's Theatre.

Sala soportada por cariátides y un foco bajo el mentón de cada una de ellas; sus rostros se difuminan al abrirse el telón.

Quince minutos de comerciales agotan el entusiasmo sobre mi excursión vespertina. Me veo inevitablemente condenado a preguntarme qué será de mis días cuando no tenga dinero; cómo llevaré el alcohol a mis labios, la luz a mis ojos, la guerra a mis oídos.

¿Terminaré en verdad solo, sin ella sin nadie, embarrando mierda en cabinas de teléfono? Cada vez están más desiertas, "Jackie" y sus tocayos mean dentro de ellas.

Expectante de rutina, miro mis piernas desacomodarse frente a la butaca. Llevo las botas de siempre, negras y terrosas. Dudo si alguien empleará mis servicios, si seré de utilidad para alguien en este mundo. Contrario a mi comportamiento habitual, ésta vez no despliego demasiada aprehensión sobre el asunto.

También existe la posibilidad, recuerdo el deseo de una amiga ya lejana, artista que derramó carmín sobre mi piel durante un año, y más, de que la sorpresa sea quien dirija mi porvenir.

Quién sabe.

Mientras tanto exprimo ideas de cosas, desayuno mundos sin mapa tras la ventana – lanzo cachalotes sobre los charcos de lo que alguna vez fuera océano, página.