Medias

Eran sus piernas
aquél día, en Penn Station,
dos templos, tableros para el reencuentro,
donde el misterio era el arma
contra mi deseo y mirada;
tan sólo un espejo de su belleza,
de su orden estético y
las mallas de plomo, red de invención
y captura. Extraño
sus piernas, su fuerza contra
su cuerpo, el aroma de dos
húmedos en estallido, simultáneos,
olor de amantes desafiando al tiempo,
sus manos que inventan mi tranquilidad
las mías que miran su nacimiento
tras una caricia.