Los poderes de una guerra
en la cual nadie, ninguno
de los expectantes espectros
de mi carne y sombras
combate; padecimiento y muerte
que no me tocan,
ni acarician siquiera,
se imponen como cuerpos
normativos, morales,
sobre mi actuar.
Comprendo ahora el desajuste
de aquellos aros de humo alrededor
de mis ojos, la ola destructiva
de una contradicción,
de respirar en ellos sin la patología correspondiente.

