Domingo de sermón

A la intemperie,
mi piel color de sol después de una nevada,
veo detrás de las ramas aún desnudas
las cúpulas de un palacio que no conozco.
De mi poros emerge la extrañeza
y me reconozco en mi condición de extranjero.

Hoy he visto a las palabras en las piedras
y en el río. Cristalizadas, ajenas
sobre frisos de edificios, en movimiento
descendiendo desde el cielo,
las he visto en el humo detrás de la
nieve trepando a tinta fachadas,
en las raíces y en los troncos,
en las bolsas y botellas acumuladas
a orillas del afluente.

(Los patos hablan bajo los puentes,
mi andar sobre las tablas los interrumpe.)

En mis pesadillas las llevé tatuadas
por todo el cuerpo.
En la sien leía "nada". La última
palabra de la serie comenzando en mis tobillos.
Mi piel era también agua,
corriente, mi lengua
enlodando vocablos a un costado del canal.

Me levanté con la pregunta
partiendo mis labios:
¿qué será de ellas
cuando mi piel se desintegre?
¿Qué será del amor, del deseo?
¿Regresará el espíritu a la rutina?