Marcha roja

Míralos marchar, padre,
con sus máscaras de sangre.
Unos de la mano
otros
con la daga bien clavada
al costado de su hermano.
¿Adónde van, padre?
¿Por qué andan tan contentos,
padre?
Ésta, primera en centanas,
selló sus labios.
¿Padre?

Tallé mis ojos con mis puños cerrados.
Al descubrirlos, él no paraba ya conmigo.
¡Padre! - un grito inútil.

Entre sus costillas llevaba ya el acero
del rebaño bermejo.
Creí escuchar su llanto,
pero según tenía entendido
como siempre me lo había prohibido,
él no conocía las lágrimas,
menos aún un grito.