Otro más para el olvido

De estos diez meses en el exilio
conservo muchas más memorias
de las que puedo evocar. Quizás
ésta capital me ha contagiado
su bruma, y las fachadas de mi poblado
cerebro, opacas ya de tanto oxígeno,
de tanta humedad. Si bien han
sido pocos los rostros incrustados
como efigies dulcificando el relieve
de mis recuerdos, de ellos he robado
gracia, y sobre todo uno, doncella
esculpida en mármol tan sensual
de carnaval grotesca, perdurará
más allá de guerras, obras públicas,
o mantas de festival; de sus manos
obreras, y sus lagunas dementes
perforando su mirada me llevo
para siempre el descontrol de su carne
y su armonía espiritual como fuente
de baños profanos, recordatorios de teatro
para la improvisación cotidiana. También
de ella, como de las otras figuras que opaca,
más de una marca ha nervado tan
profundo, que si bien tal vez hasta la muerte
me acompañen, jamás su color o forma
empapará mi lengua con un nombre–
y me tranquiliza, pues aquello de horadar
la corteza cerebral cada vez que comienza
otra temporada de cultivo, siempre es
más fácil si el tractor no choca con
raíces, bulbos, o piedras, de origen desconocido;
aunque he de aceptar, de tanto en tanto
retozo al toparme bajo tierra
con algún obstáculo que no sabía
había enterrado ahí en el pasado.