Guardianes de la opinión
Los guardianes de la opinión pública han hecho del rumor, de la visceral verborrea y el canto caprichoso, una verdad viperina, casi inmutable, bajo la sombra de cual los impacientes recurren a rezar. Sus salmos titulares, lenguetazos de columnistas predilectos, nacen a diario en dogma (e inclusive al cielo ruedan sus ojos a tono de orgasmo al exponer su visión de las cosas, meras deformaciones de las voces de quienes llevan la batuta de observadores – y resulta que son miopes, pero demasiado vanidosos como para acudir al oculista).

